3R PREMIO CONCURSO JÓVENES TALENTOS COCA-COLA
El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil. Vagaba por las interminables calles de la ciudad. Una ciudad muerta, una ciudad tupida de negro por la que no circulaba nadie, únicamente aquel hombre perdido en su pasado.
Se podían ver las heridas que lo atormentaban. El dolor lo redimía, haciendo reducir sus pensamientos a palabras, a palabras olvidadas y atrapadas en su desafortunada existencia.
Había sido asaltado, golpeado y robado. No le quedaba nada, todo lo que en algún momento podía haber formado parte de su vida se lo habían robado. Hacía tiempo que había perdido los amigos, la familia… y ahora había perdido el bien material al que había reducido sus ansias de vivir.
Se adentró en un viejo edificio, castigado por numerosos años de vida, y teñido de un oscuro desalentador. El silencio que lo sucumbía era imperturbable, y allí encontró al agente Rojas, junto a un atormentador cadáver. El hombre, también mutilado y perturbado, se sintió identificado con aquella víctima que había expirado en sus mismas circunstancias.
Un frío lo recorrió de arriba a abajo. Una terrible sensación lo aterrorizó. Le pareció ver al mismo agente Rojas, agrediendo al individuo en la penumbra de la noche hasta hacerle hallar la muerte.
Aquello lo llevó a investigar por su cuenta, intentando hallar los motivos de la muerte de aquel individuo, quien aguardaba pálido y perturbado.
Evitando ser visto, se adentró en la mansión recorriendo el sinfín de pasillos que la habitaban. La monotonía del lugar era desagradable, hasta el punto de crear un vacío en la casa. Incluso hasta el punto de hacerle carecer de una esencia propia que la identificara.
El silencio de su interior, irrompible, lo aterraba. Sólo el ruido de sus indecisos pasos acababa con el melancólico vacío del habitáculo. Entonces fue cuando, súbitamente, oyó un rumor distante, algo que lo alarmó y lo llevó a andar con más velocidad, persiguiendo aquel ruido alejado.
Y oyó, tras una puerta, el desconsolado llanto de una niña, indefensa; amordazada y atada en una silla que la inmovilizaba. Se apresuró a liberarla, atendiendo a su triste súplica desconsolada.
Entonces una puerta se abrió, produciendo un chasquido que les aterrorizó. El hombre la sujetó y la abrazó procurando crearle el calor que ésta necesitaba.
Pero no pudo evitar mostrar el temor que lo invadía, contagiando a la cría ese terror fulgurante. Una gota de sudor se deslizó por su frente, resumiendo aquel inexplicable miedo que lo perturbaba.
No apareció nadie tras esa puerta. El viento que soplaba tan intensamente la había llevado a abrirse, creando un halo de temor en el hombre, que sujetaba aún con fuerza a la pequeña entre sus brazos.
Se apresuró a preguntar a la joven qué era lo que había visto, intentando desvelar al máximo lo que tan misteriosamente aguardaba tras aquella sospechosa víctima.
La chica pudo recordar perfectamente la figura del sargento Rojas atormentando a la víctima, la cual resultaba ser el padre de la joven. No pudo evitar romper a llorar, dejando que las deliberadas lágrimas resbalaran por sus mejillas. Se apreciaba que estaba intentando ser fuerte, pero aquel hecho tan trágico le era imposible hacer pasar por desapercibido.
El hombre hizo lo que tenía que hacer, declarando ante la justicia en la oscura mañana que se había levantado. Exponiendo lo sucedido, y dando fe a sus palabras.
Entonces comprendió que la justicia prevale por encima de la maldad, y que había encontrado en la niña la familia que lo acompañaría en el resto de sus días.
Había salido el sol.
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